Nostalgia.
Cierro los ojos y me transporto a marzo, bajo la lluvia, mis
pies pisando las duras piedras de las calles. Gente, mucha gente, arriba y
abajo, nos empujan. Algunos se disculpan; otros, continúan su camino con la
cabeza gacha y el paraguas apretado con fuerza entre sus dedos cubiertos por
guantes de lana.
Siento el olor a húmedo que mezcla la lluvia y el Moldava. Hay
candados colgando del puente, una eterna promesa al mundo de algo efímero. Me
pregunto cuántas llaves yacerán en las profundidades del río sobre el que me
encuentro, llaves que deberían volver a abrir la cerradura con dos nombres
inscritos.
Una chica choca contra mí, y antes de poder disculparse oigo que
continua una conversación en coreano con su amiga. Con el impacto, casi le meto
el paraguas en el ojo a un anciano.
El incidente me hace volver a la realidad, y continúo andando
por el puente decorado con estatuas que me miran desde arriba, como si
quisieran conocer todos nuestros secretos, como si pudieran leernos como a un
libro abierto. En contraste con el gris del cielo, son escalofriantes, y evito
mirarlas durante demasiado rato por el irracional miedo a que se vayan a mover.
La magnifica ciudad aparece en frente de mí después de un
portal. Casas de colores y una cuesta empinada que me quita la respiración solo
de verla me dan la bienvenida.
Veo rostros conocidos en la distancia. Algunos son amigos;
otros, simples conocidos. Probablemente sentimos que somos los amos del mundo
en ese instante, quizá nos sentimos más vivos que nunca desde septiembre. Es
ahora cuando me doy cuenta de que no éramos conscientes de nuestra felicidad,
de la simplicidad de nuestras vidas.
Me apresuro a su lado, mis pies chapoteando en la lluvia que
perfora Praga con sus millones de gotas diminutas.
Las imágenes que pensaba que serían siempre tan nítidas son
ahora un simple recuerdo, una fotografía olvidada en una carpeta perdida.
No sé si el calor de Praga volverá a darme la bienvenida algún
día, si podré volver a disfrutar de las maravillosas vistas del Moldava desde
un puente de piedra, si observaré la ciudad desde el castillo de la cima como
si la ciudad me perteneciera.
Pero de momento tendré que conformarme con una débil memoria y
un intento de promesa que no sé si jamás cumpliré.
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