Vuelve a
casa, marinero.
Por las
mañanas me despiertan las rabiosas olas que chocan contra las rocas, y es al
oler la sal marina que recuerdo que no estás.
A veces
al abrir los ojos veo la luz del sol filtrarse entre las tablas viejas y
húmedas de nuestra cabaña de madera y siento que por fin estoy viviendo, que el
sol es el que pone en marcha los engranajes de mi sistema.
La
soledad a veces es asfixiante. Me paso el día en silencio, a veces tocando el
viejo piano que abandonaste con tu ida. No se me da tan bien como a ti que
llore melodías, pero cada nota desafinada me devuelve el fantasma de tu
existencia.
Me he
leído ya todos tus libros; algunos, más de dos veces. A veces me siento en el
porche y miro el horizonte mientras finjo prestar atención a las palabras que
bailan delante de mis ojos. Quizá es porque estoy deseando ver tu figura
acercarse a la costa. Después de todos estos años, no he perdido la esperanza.
Creo que
ya te lo expliqué en mi última carta, pero me he aficionado a la escritura.
Ahora que se me han terminado los mundos que explorar, tengo que crear los
míos.
A veces
releo lo que he escrito y veo tu sombra en las páginas. Te asomas, tímido,
entre metáforas y colores. Supongo que nunca podré abandonar todos los trozos
de ti que me dejaste al irte.
Salgo a
ver el océano.
El mar
está gris, igual que el cielo. Es probable que llueva pronto; lo noto en el
frío, el viento, el olor del mundo. Quizá debería arreglar la gotera que inunda
el comedor antes de que llegue la tormenta. Aunque es posible que no llegue tan
alto sin tu ayuda.
Cierro
los ojos y me siento en el borde del acantilado. ¿Es posible sentir que vives y
que, a la vez, te falta algo? Abro los ojos. Cada vez que lo hago espero verte
llegar, pero, como de costumbre, eso no pasa.
Hace ya
más de mil soles que te espero, y te esperaré durante mil más.
Una gota
cae sobre mi cabeza. Sé que es el inicio de una tormenta, pero no me muevo. ¿Y
si necesitas mi ayuda cuando llegues a puerto? No puedo irme dentro. No podría
abandonarte en medio de esta tempestad.
La lluvia
se hace más intensa, y dejo que me lave y me funda con la tierra. Huele a
mojado. Sé que es uno de tus olores favoritos. Es una mezcla entre el dulce de
la lluvia y el salado del océano.
Sé que
estabas hecho de agua, marinero. Quizá es por eso por lo que sigo sin moverme
pese a que la lluvia es ahora más intensa, y puedo oír un trueno a lo lejos que
se acerca lentamente a nuestra casa.
Luz. Rugido.
Agua. Luz. Rugido. Agua.
Si sigo
aquí fuera, enfermaré. Perdóname, tengo que volver dentro, quizá encender la
chimenea y rodearme con una manta que nos dio tu madre cuando nos mudamos a la
cabaña.
Fuera
olía a tu amada mar, el agua, la tierra. Dentro huele a ti, a tu perfume
indescriptible que te ponías cada día antes de marchar. A veces noto que el
olor se disipa y rocío el aire con su aroma, y entonces es cuando veo tu rostro
sonriéndome.
Hace
frío. Quizá no debería haberme quedado tanto rato fuera. Decido cambiar mi ropa
mojada por una muda seca, y me tapo con una manta. El sillón da a un ventanal
que los días de verano ilumina toda la casa, pero ahora me da una visión
perfecta del exterior, del acantilado, del mar.
Me
pregunto si algún día volveré a ver tu figura volver, si tus brazos me volverán
a abrazar, si dejará de ser un fantasma el que lleve tu perfume.
Vuelve a
casa, marinero.
¿Algún
día volverás?
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